Volver A Verme


Os presento con mucho cariño "VOLVER A VERME", una historia que estoy empezando y de cuya creación me gustaría que fuerais partícipes. Poco a poco iré construyendo y actualizando esta página, os animo a comentar sobre vuestras opiniones y sugerencias para que forméis parte de ella.


Empezamos con la primera parte: "El primer aliento"...espero que lo disfrutéis tanto como yo.



VOLVER A VERME







                                     - El primer aliento -



CAPITULO I



- No quiero más.
* Esfuérzate un poco.
- No, he dicho que no. 
* Lo único que quieres es irte. En eso si que te esfuerzas.
- Muy listo, no defraudas. Ahora pregúntate por qué.

Cogió su bolso medio vacío, una fina rebeca para combatir el frío invierno y se fue. Ni siquiera sonó la puerta ni se escucharon gritos como otras veces, se fue con la indiferencia propia de una mente ya muerta.

Se despertó tiritando en el suelo de un callejón sucio que no supo reconocer. Sola. Abandonada sólo por ella misma. Ni siquiera sabía distinguir si ese olor inaguantable y descompuesto venía de ella o del aire que respiraba. Sintió la boca seca e intentó hablar pero apenas consiguió emitir un gruñido. Intentó mover las manos, tantear el terreno como un soldado recién herido, pero tampoco recibió respuesta alguna de su cuerpo, así que se quedó un rato inmóvil, inerte… Hasta que una sacudida recorrió su cuerpo, vomitó y se quedó dormida, por llamarlo de alguna forma.



CAPITULO II

Era un día soleado, alegre y cálido de un sábado de octubre. Eric estaba ayudando a su madre a colocar la compra, miró el reloj y su madre cómplice del gesto le dijo un simple:

- Venga, puedes irte ya.

 El niño la miró con los ojos brillantes y una sonrisa propia de ningún adulto y salió corriendo a la calle a jugar a la plaza como cada sábado, sus amigos lo esperaban sorteando los equipos para jugar un partido de fútbol. 

Tenían 7 años y no sabían jugar, pero habían decidido montar una liguilla entre ellos porque los mayores hacían eso, así que en alguna parte de sus mentes, ahí residía una de las claves del éxito.
Era el primer partido de esta famosa liguilla y no sabían ni por dónde empezar. Los dos líderes se proclamaron y se vieron proclamados a elegir equipo aleatoriamente. Eric llegó tarde y se unió al grupo de su amigo Daniel.

Daniel y Eric eran como siameses, y aunque no eran los más populares, pasaban desapercibido, lo cual ambos agradecían porque ninguno de los dos sobresalían ni para bien ni para mal en ningún aspecto y pretendían mantenerse así. Habían visto con sus propios ojos lo que significaba destacar en su clase y llegaban siempre a la conclusión de que no se lo desearían a nadie, su pequeña cabecita había elegido ser mediocre a esa corta edad, más allá de sus posibilidades.

Jugaron un partido en el que sólo se metió un gol y terminaron exhaustos tirados en la tierra y con la orgullosa sensación de haber conseguido algo grande.

Estaba anocheciendo, eran sólo las siete de la tarde pero parecía que la noche profunda estaba llegando ya. A uno de los más intrépidos se le ocurrió la genial idea de retar a los niños del barrio del este a competir contra ellos con la absoluta certeza de que tras ese nivel ganarían. Todos se negaron inseguros.

El barrio del este era el peor barrio del pueblo, conocido por sus bandas y los aprendices a delincuentes. Tenía la peculiaridad de que cada integrante por pequeño que fuera disponía de una navaja completísima y custodiada como si se tratase del más preciado tesoro.

En el barrio vivían los del grupo B de su colegio. Ellos componían el grupo A y siempre había piques entre ellos, cual norte y sur, o agua y fuego.

Todos se negaron pero el líder habló y todos lo siguieron resignados sin considerar otra opción. Ser mediocre tiene este inconveniente, pero compensa.

Al llegar todos tragaron saliva y contuvieron el impulso cuerdo de recular y volver corriendo a casa.
El barrio era lúgubre, oscuro, sucio, y los pocos que se encontraban allí dejaron a un lado sus actividades para contemplarles en silencio, no estaban acostumbrados a recibir visitas. Era realmente inquietante.

El aire viciado penetraba en los pulmones con un sabor a almizcle y humo de distintas clases. "Esto deberá ser el infierno", pensó Eric.
Uno de los matones de sólo 15 años de edad se acercó a ellos, que se paralizaron cual imagen congelada en una fotografía, con tambores resonando por dentro y unos sudores fríos empapándoles el cuerpo. Acongojados.

- ¿Qué queréis?

* "Sólo hemos venido a buscar a Víctor" - Consiguió balbucear el líder con aparente tranquilidad para nada real. Aun así, el matón le mantuvo la mirada sin decir palabra y el pequeño, débil y nervioso añadió - "Es nuestro compañero de clase", delatando su amedrentamiento. 

Sólo entonces el matón sonrió: "Es mi hermano, ven conmigo, pero sólo tú, el resto no os mováis de aquí".
El chico se alejó de sus amigos como si cumpliera una sentencia, y sus amigos no se atrevían ni a tragar saliva, ni a respirar…había algo en el ambiente que les mantenía en estado de alerta.

Lo vieron alejarse en silencio hasta desaparecer sin articular palabra alguna. Y ante ese amenazante silencio, Eric escuchó un ruido extraño, ¿un gemido, un gruñido quizás? No supo reconocer si provenía de una persona o un animal, pero ninguno de sus amigos se percató de este sonido, sumergidos en el pánico y la alerta. Y tal y como no pudo evitar escucharlo, tampoco pudo evitar acercarse a curiosear, a pesar de que todos sus sentidos y voces interiores le gritaban que era peligroso.

Sin pensarlo se separó del grupo sigilosamente y siguió ese sonido gutural y arrítmico que cada vez se escuchaba más fuerte, más intenso, lleno de amargura.
Cruzó una calle sucia y estrecha, dobló a la derecha y siguió caminando lentamente. Resultó ser un callejón sin salida y el fondo estaba repleto de cubos de basura. Apenas podía respirar. Y no por el fuerte hedor amargo e irrespirable que se desprendía, pues se encontraba tan sumamente abstraído que ni siquiera su cuerpo era consciente de eso. Estaba alerta como el ciervo que escapa por la sabana del león, a nivel biológico sólo respondía para huir o atacar. No, no podía respirar por el miedo que le invadía y paralizaba.

Volvió a escuchar un gruñido y balbuceante consiguió articula un: ¿hola?
El gruñido se hizo más fuerte y desesperado e instintivamente Eric comenzó a buscar entre la basura el origen de éste.
Y ahí la encontró. Una mujer moribunda, mugrienta, casi desnuda, con la boca llena de espuma y los ojos entreabiertos en un gran esfuerzo, gemía y gruñía sin cesar en una llamada de auxilio. 
Y ahí estaba él, sin entender nada, perplejo ante ese esperpento de imagen, paralizado mientras ella le clavaba los ojos rogando ayuda.

CAPITULO III




Algo borroso se acercaba y no conseguía sacar las fuerzas suficientes para pedir auxilio o chillar de miedo, pero en cuanto vio sus ojos le dio un vuelco el corazón. Era un simple niño.
Y de repente un peso de varias toneladas, de esos que nacen de dentro y ahogan más que una soga al cuello, se fue expandiendo por cada poro de su piel que hasta ahora ni sentía, aplastante, asfixiante, mortífero.

"He tocado fondo" -se dijo a si misma cono una sentencia final. 

La mirada de ese niño fue un cuchillo clavado y revuelto en el alma. No le importaba descuidarse, torturarse de mil maneras ni pagar las consecuencias de sus impulsos. Porque sufría ella, ella sola y nadie más, y a estas alturas el dolor no era suficiente para despertarla de este trance en el que estaba.
Pero esto era demasiado. No era vergüenza, sino pura culpabilidad.
"Es un niño…sólo es un niño" - su subconsciente la seguía torturando, supongo que por dos razones: porque veía una pequeña luz al final del túnel, un atisbo de esperanza para abrir los ojos y sacarla de allí; y por vicio, por costumbre. Esa era su línea, esa era su tara, ésta había sido su perdición.  

Es curioso dado el estado en el que estaba, que el fondo no lo hubiera tocado antes, pero el ser humano se rige por emociones y cada cual marcan involuntariamente sus ritmos y límites. 

¿Has oído alguna vez eso de que sólo te puede doler una cosa en cada momento? No dos, no tres, UNA. Y su dolor eclipsaba cualquier extremo al que llevara a su pobre cuerpo maltratado y por ende a su mente.



Su mirada clavada y aterrorizada la bloqueó. Le debía una explicación, mil disculpas...por deber le debía una mente de nueva pura. Sin prejuicios, sin traumas. Sentía que había roto algo, una parte de otra persona… una grieta en un papel blanco.

Era sólo un niño.

Diría que consiguió hacer de tripas corazón y sacó fuerzas de algún lugar recóndito para actuar pero lo cierto es que no pudo. Su mente estaba totalmente desconectada de su cuerpo.

Fue Eric el que por un impulso no aprendido en ningún sitio se acercó, sacó un pañuelo y comenzó a limpiarle la espuma de la boca y la suciedad de la cara. Suavemente, con el respeto que acaricias un frágil tesoro. Sin mediar palabra, sin mostrar expresión alguna en su rostro, sólo concentrado, sus actos no juzgaban.

Ella permaneció inmóvil, incluso más inmóvil se diría, sin respirar de la emoción. Mirando a Eric como si fuera algún tipo de ángel que no se merecía. Lloraba por dentro, pero esta vez eran “lágrimas” sanadoras.
Solía llorar de rabia, impotencia, de un odio creado y aglomerado imposible de desmarañar, tras las cuales permanecía igual de paralizada que antes, sin avanzar. Pero esta vez era distinto, esta vez se derrumbaba mientras ese gran nudo de odio y rabia se deshacía con sus lágrimas. Era, por fin, el “no puedo más”.

Ese doloroso y necesario “no puedo más con esta actitud, con este sentimiento, con esta forma de pensar… con este bucle que he creado dentro de la jaula en el que yo sola me he encerrado”, ese “¿cómo he llegado hasta aquí?”.

Y mientras Eric le limpiaba con delicadeza la suciedad de su piel, su alma de alguna forma también supuraba.









MoniK*

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